Por: Angel Moreta
La Unión Europea constituye una nueva figura jurídica, política y económica después que culminaron los trabajos de unificación en la década de los noventa. Hasta ahora la ayuda que esa confederación ha dado a América Latina puede establecerse como indigente y pírrica. Ha pretendido condicionar las políticas internas de varias naciones del continente latinoamericano, tratando de moldear las respuestas económicas y sociales del continente.
En ese sentido, ha querido justificar su intervencionismo en las migajas que deja caer al continente. Se trata de una falsa solidaridad, de una actitud hipócrita que no conduce a una verdadera contribución para que América Latina pueda liberarse de la esclavitud de la miseria económica y social. Las ayudas y contribuciones son granos aislados de migajas misérrimas que no permiten que América Latina salga del coloniaje y de su condición de victima de la hegemonía imperial. El caso de Irak muestra la profunda hipocresía de la Unión Europea, en ningún momento ha sido capaz de condenar o rechazar las agresiones criminales, el saqueo de los recursos naturales, las violaciones a la soberanía y a los derechos humanos del pueblo iraquí. Tanto Francia como Inglaterra y España han sido puntos de apoyo gravitacionales de los crímenes cometidos en Irak y en la base de Guantánamo, crímenes tan significativos que son de lesa humanidad, y que ameritan que el señor George Bush sea sometido al Tribunal Penal Internacional. La discriminación de la Unión Europea se extiende a Cuba, pues en la base de Guantánamo, espejo en el que se observa el miércoles de ceniza de los EU en América Latina, se ha cometido y se cometen en la actualidad actos execrables de barbarie y tortura, verdaderos crímenes de Estado contra presuntos terroristas, que reciben la bendición o el silencio cómplice de Francia, Inglaterra y España. Las relaciones entre la Unión Europea y América Latina no avanzan hasta el grado en el debieran avanzar en beneficio del continente latinoamericano. La muerte de Sadan Hussein es el mejor ejemplo de la hipocresía de la Vieja Europa, que guardó silencio cómplice frente a un hecho tan detestable.