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«Entre dos mujeres: Simone de Beauvoir y Virginia Woolf

La vida es un sueño y es realidad: la explicamos y la inventamos. En cualquiera de los dos casos explicar o inventar la realidad es un acto de demiurgia. Esta capacidad de crear que presupone la condición de producción de ideas para la ficción y la realidad, requiere de absoluta paz con nosotras mismas y seguridad en nuestras capacidades. Leyendo a grandes mueres como Virginia Woolf y Simone de Beauvoir, y el caso de la ultima, releyéndola en muchos años casi a diario (tal es mi devoción por ella), un desconcierto de intensa alegría loca, mezcla de tristeza sin foco con impotente rabia, se apodera de mis pensamientos cuando conozco dimensiones ocultas de ellas y de otras mujeres literatas y filosofas, y descubro lo que fue la vida no siempre regada de rosas de estas personas excepcionales tan reales y cotidianas como ustedes que ahora me leen.

Mi pensamiento siempre esta ávido de conocer la biografía de una subversión abortada en el suicidio físico y de conocer el suicidio social de una vida subversiva dispuesta a sorber el mundo donde aparezca. Muchos por qué, cantidades de cómo se me agolpan en la conciencia imaginando ese momento insólito y ajeno en que alguien, otrora devorada por la pasión de vivir, se precipita en la oscura muerte o se precipita también, temeraria y valientemente no sin desgarramiento, a vivir una existencia que llamaría de minorías o de contra corriente.

Virginia  y Simone vivieron, escribieron y pensaron contra la corriente. La historia está sembrada por doquier de mujeres escritoras ferozmente condenadas por el estilo dominante de hacer y pensar las cosas  que interrumpieron su vida o se suicidaron socialmente al vivirla de forma singular. ¿Es que la inteligencia y la especial sensibilidad de ciertas personas actúan sobre un fondo general de inconformidad y desesperación? La existencia en si misma parece no tener sentido y el paradigma de pensamiento y de actuación que rige a los seres humanos no provee de felicidad a los hombres, mucho menos a las mujeres.

Vivimos y sufrimos, maniqueísmos insufribles e invivibles, dicotomías falsas y dobleces en el patrón ético; intoleramos la diferencia y ahogamos en la pareja la comunicación necesaria para la amistad y el amor igualitarios. La masculinidad es la referencia paradigmática que se resuelve en minúsculos poderes que atraviesan toda la red social incluyendo la producción y venta del saber.

Factores existenciales actúan como catalizadores de angustias entre las gentes sensibles; el temor a la muerte, la necesidad y la ausencia del placer sexual satisfecho, la omnipresencia avasalladora del poder, la tortura del pasado temido o amado, la vejez, la tensión de lo real vivido y lo real inventado en la escritura, las enfermedades, la inautenticidad, el amor inalcanzado…la misma nadidad de la vida… todas estas situaciones límites, asaltan sin discriminación de género a los seres humanos en el acto de vivir. Ahora bien, si la condición humana por si misma es difícil, se agrava con la condición de ser mujer.

El acto de crear y de explicar la realidad al interior de esa situación ofrece tensiones y embarazos aunque ofrezca la oportunidad de  las definiciones de identidades y resistencias a las opresiones. El resultado es la desesperación y/o la valentía de una intensidad vital asimilada en el vértigo que produce la libertad. Elevar la voz de escritora, es decir, de mujer, en estas circunstancias se resiste a la combinación del mercantilismo con la creatividad, del dogma con la autonomía de pensamiento y de acción.

El delirio de la creadora desagrada porque no fomenta la literatura alimentaria orientada por el gusto de lo mediocre y lo falso, que sacrifica la creatividad y el crecimiento y su búsqueda en el camino de la inteligencia emocional hacia la igualdad humana y el apoyo de las vivencias diferenciales.

Virginia y Simone son modelos de vida que demuestran la necesidad de un cambio paradigmático. Las condiciones de existencia y de producción de las ideas (de ficción o filosóficas) en las que se desenvuelven las literatas y filosofas, siempre han estado rodeadas de los obstáculos arriba mencionados agravados por la condición particular de ser mujer, condición de estatuillas de barro que no han alcanzado aun la dignidad de la inteligencia.

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Lusitania Martínez

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