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La gozosa Simone de Beauvoir: Valiente y brillante feminista existencialista (VI)

La niñez de Simone fue agradable si descontamos momentos de una juventud quebrada con la muerte de Zaza, su mejor amiga, con la desesperación que resultó de su caída en el escepticismo en materia religiosa y con el amor inalcanzable de su primo Jacques. Pero la frustración no dura mucho. Ella “siempre se las ingenia para superar el dolor: las peleas de sus padres no alteran su infancia feliz”.

En la infancia y la juventud de Simone no se precipitaron tantas muertes y azares negativos y si mayores y reales vivencias en contra del orden establecido y a favor de su goce y avidez por saber. Un amigo revela que sentía una mezcla de angustia y amor por la vida. Angustia porque la vida valía mucho, y, no obstante, era perecedera y porque Dios no existía. Pero, atención, esas mismas premisas la hicieron paladear lo más placentero enclavado en la brevedad de la única vida con la que contaba.

Nada la hará renunciar a los placeres terrenales, en su vida no entraría el aburrimiento, no perdería su tiempo en actividades triviales, en su vida todo serviría. Su alegría seria el exceso de trabajo, pero los libros debían ser vividos antes de escribirlos. La sinceridad literaria no es lo que se imagina. Desde los 18 años en adelante se sienta una escritora maldita, enfrentada a los padres, solitaria pero libre.

Basta recordarla demasiado joven visitando lugares sórdidos para probar su estirada y temerosa moral en los desenfados mundanos. Adoptando posturas surrealistas, anticonvencionales y rebeldes visitaba bares, con la idea de estar fuera de la ley y el orden vigentes. Vivir peligrosamente era una consigna pretexto porque quiso embriagarse de libertad y conocer el encenegamiento de la condición humana. Le atrae la escritura, el conocimiento, si, pero también la vida y el desorden de los sentidos. La literatura seria la salvación de la gratuidad del mundo y con ella superaría sus grandes crisis. Pero la vida antecede a la escritura.

Aunque Virginia decía que la vida es la materia prima de la escritura la suya fue una materia prima casi exenta de placer. La visión de Simone, en cambio, que coincide con la idea de Virginia de acortar la distancia entre la palabra y la realidad, garantizaba distancia entre la palabra y la realidad, garantizaba escribir los libros con el material de lo que se ha llegado a ser, y lo que se llega a ser debía estar sellado por la libertad real no la mental.

La invitada (1939) es la obra que reflejó el trío amoroso de Olga, Simone y Sartre: un desafío a los convencionalismos cuya inocente y no calculada dinámica solamente puede ser comprendida en el contexto de una guerra mundial, la pérdida de la esperanza y sobre todo en el contexto de la realización de la autenticidad… probablemente de familia más liberal y menos burguesa que Virginia, desde muy joven y más tarde orientada por el existencialismo, Simone llevó hasta las últimas consecuencias reproducir sin poses la voluntad de su pensamiento y de sus emociones en el cuadro de una vida transparente, sin miramientos y distanciada de los ceremoniales y las malas conciencias.

De cualquier forma se autodefinía como una mujer que poseía la mayor capacidad para ser feliz. “Debía satisfacer dos exigencias que, en mi optimismo yo no separaría: ser dichosa y darme al mundo”. Quiso pactar amorosamente con un hombre sin igual; sin igual porque entendía y le reconocía sin esfuerzos igual inteligencia y no reproducía en la relación la doble moral masculina (que sorprendería a Virginia) admitiendo los placeres y amores de ambos que, aunque contingentes, probaron, con riesgos, la necesidad y permanencia de su comunicación igualitaria.

Quizás el final de la vida de Virginia no hubiera llegado a la tragedia si, ausentes los factores enunciados, no hubiera vivido la literatura y la vida como un estado de ilusión que reproducía el estereotipo de ser frágil y nerviosa cuando, por el contrario, su hermana Vanessa apuntaba que tenía un asombroso y cuerdo punto de vista sobre la realidad.

Pienso que tanto horror y tanto idealismo sumió a Virginia en una vida mentalmente encantada. A Virginia le interesaba más que a Vanessa, su hermana, la libertad ideal que la real. Quizás no quiso y no pudo ser ni fue libre eróticamente, aunque participó lúdica y audazmente en la relación monogamica de amor que sostuvo con Leonard.

Fue escasa y complicadamente feliz y no superó el miedo a vivir la libertad real. Ella misma dirá: “… nadie dirá de mi que no he conocido la felicidad perfecta, pero pocos podrían poner el dedo sobre el momento, y decir que la ha fraguado”.

Por el contrario Simone de Beauvoir, aunque tímida, fue como Vanessa, audaz; actuaba y vibraba con la mundanidad exorcizando el miedo al ridículo, el desánimo y abatimiento personal, emociones típicas de la inseguridad de la mujer escritora.

Se defendía de los reproches de los amigos y de la dureza de la crítica, fortaleciendo su independencia psicológica con un programa de trabajo penoso y exultante, pero apegado a la resuelta decisión y convicción de que el mundo entre a través de los libros y también a través de otros placeres terrenales distintos, pero igualmente eficaces canales de transmisión del conocimiento y las emociones vitales. Simone optó por usar peligrosa y valientemente la libertad hasta lo más profundo.

De espaldas a la monogamia, a la edad en que cualquiera de nosotras pone fin a su vida amorosa, se lanza a un apasionado y relevante romance contingente en Estados Unidos; a los 44 años, se aferra todavía con fuerza las alegrías y a los proyectos, viviendo por varios años con la misma intensidad de joven e indiferente a los prejuicios, al lado de un amante 17 años menor. La acusan, no obstante, de licencia sexual aquellos/as que solamente pueden disfrutar la plenitud de la vida mirando hacia el cielo y solicitando el permiso a la autoridad. Ella contestará terca y responsablemente:

“…Yo nunca he aconsejado a nadie que se acueste con cualquiera y donde quiera;  lo que pienso es que en este aspecto las elecciones, los sentimientos, los rechazos, no deben obedecer a instituciones, convenciones o intereses”.

 

 

 

 

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Lusitania Martínez

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